La emocionante historia del jubilado que junta la basura de los humedales mexicanos en kayak

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Tiene un físico privilegiado y dedica sus días a retirar los plásticos del último humedal de la Ciudad de México.

A los 66 años, Omar Menchaca luce un físico formidable. Bajo el sol amable del invierno en Ciudad de México, el hombre rema y señala los márgenes del canal, descanso preferido de las aves. “¡Ah, miren! Esa es un perro de agua. También le llaman garza nocturna”, exclama, mientras suelta el remo y toma su cámara de fotos. “La fotografía es una cosa impresionante”, murmura.

El perro de agua, un pájaro fornido de ojos rojos, aletea pesadamente antes de dar un par de saltitos y alejarse unos metros. Menchaca apunta con el lente y mientras, a lo lejos, se escuchan cohetes. La navidad se huele en toda la ciudad, aunque aquí, en el humedal de Xochimilco, llega reducida, atenuada.

Funcionario retirado de la Secretaría de Minas, viejo gestor de una lavandería industrial, Menchaca dedica sus años dorados a un silencioso ejercicio de defensa ecológica. “De los 16 a los 31 fui burócrata”, explica. “Empecé de mensajero y luego dirigí el departamento de recursos humanos. Después monté la lavandería y así fuimos haciendo. Pero desde muy joven hice deporte”, añade.

La canoa siempre estuvo. Ahora le permite mantenerse en forma y ganar un dinero extra, guiando paseos de turistas. Menchaca aprovecha los recorridos para sacar plástico del humedal. “Lo de la basura es algo que no se consigue erradicar”, lamenta: “el Gobierno no consigue generar conciencia”.

Los canales aparecen tranquilos la mañana de nochebuena. Cientos de trajineras descansan en el embarcadero de Cuemanco, uno de los más populares de la zona, dejando el paso libre a las canoas de Menchaca y sus acompañantes. Un fin de semana normal, las enormes y coloridas barcazas colapsarían el antiguo canal de Xochimilco, vía principal del humedal, reproduciendo los tapones vehiculares de los cercanos anillos de circunvalación, solo que aquí por el gusto de los clientes, felices de escuchar corridos en bocinas enormes mientras bajan packs de cerveza a la salud de barqueros aburridos.

Pero hoy el canal de Xochimilco parece un espejo brumoso, reflejo de la sierra capitalina, con el Pico de las Águilas y el cerro de la Cruz del Marqués al fondo, fijando el techo de Ciudad de México a casi 4.000 metros. Burócrata retirado, deportista orgulloso, Menchaca zigzaguea en busca de presas para su cámara. Los perros de agua son desde luego sus favoritas, aunque también las garzas de patas doradas, las garzas verdes, las morenas, las blancas, las monjitas… “Esto es un relax”, dice, contento, “poder venir aquí, a los canales, el silencio, los pájaros. ¡Mira qué hermoso!”, exclama, mientras fotografía otro perro de agua.

En un lugar donde el ocio se mide en botellas de tequila vacías, Menchaca es una anomalía. Una rara avis. Desde hace cinco años gestiona una negocio de paseos en kayak por el humedal, que amplía el horizonte del turista más allá del canal principal. No en vano, Xochimilco se expande a lo largo y ancho de más de 2.600 hectáreas, un termostato para la ciudad y sus toneladas crecientes de cemento y hormigón. “Normalmente hago dos paseos los fines de semana, uno el sábado y otro el domingo”, dice el hombre.

Además de las aves y las montañas, la extraña realidad de un horizonte verde en un entorno hiperurbano, Menchaca dedica sus paseos a recoger basura de los canales. Este viernes, volvió de un recorrido de dos horas con el frente de su canoa lleno de botellas, envases de comida, plásticos de invernadero, bandejas de poliestireno…

No se quejaba, tampoco maldijo. Ni pidió a los demás que hicieran lo mismo, que le ayudaran. Luego, en el embarcadero, explicaba su técnica, lejana a la excitación de la nueva ola ecologista. “En los recorridos, lo primero que hago es ayudar a los clientes con el remo, hasta que le agarran el truco. Luego ya empiezo a recoger basura. Y luego te das cuenta de que ellos empiezan a hacer lo mismo”, dijo satisfecho.

Aunque el negocio apenas funciona desde hace un lustro, Menchaca recorrió los canales de Xochimilco por más 30 años. Empezó a ir poco después de que la UNESCO declarase el humedal Patrimonio de la Humanidad, en 1987. Para entonces, el hombre era todo un deportista. De joven había sido atleta. Fue campeón nacional de 400 y 800 metros, aunque cubrió todas las distancias. Luego se enganchó a carreras multidisciplnares de dificultad extrema, que mezclaban maratones de montaña, mountain bike y canotaje, recorridos que sumaban más de 200 kilómetros en dos o tres días. A los 63 años cubrió un maratón entre Ciudad de México y Cuernavaca, que sube de los 2.300 metros de la capital a los 3.400 de sus montañas, y luego baja a los 1.500 de la ciudad de la eterna primavera.

En estos 30 años, Xochimilco cambió bastante. Para empezar, la ciudad acaba de inaugurar un enorme puente de concreto justo encima de la parte norte del humedal, criticado por vecinos, académicos y activistas por el impacto en el área natural, acosada por el desarrollo urbano.

Pero no solo eso. Menchaca señala también la irrupción de las lanchas motorizadas y la conversión de parte de las chinampas, los islotes hechos de caña y lodo que pueblan Xochimilco, en campos de fútbol.

Pero él no se agobia. El aire limpio de la mañana, el frescor de los canales y el trino de los pájaros -incluso el feo graznido de las garzas blancas- dibujan una sonrisa perenne en su rostro. “Es un lugar mágico este”, dice. “¡No quiero que se pierdan un amanecer!”.

Omar Menchaca debe ser uno de los pocos vecinos de Ciudad de Mexico que vio amanecer más de 100 veces en Xochimilco.

 

// La Nación

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